JORGE JIMÉNEZ ANTONIO
Tierra de tradición y manos artesanas
San Jerónimo Ocotitlán es reconocido por ser tierra de maestros artesanos del barro. En esta comunidad poblana, moldear, pintar y hornear el barro no solo es una actividad económica, sino un legado cultural que ha perdurado por generaciones.
Don Eduardo Reyes, alfarero desde 1980, ha dedicado su vida a este oficio. En su taller familiar, él y sus cinco hijos dan forma a utensilios de cocina como tazas, juegos de té y vajillas. Para él, su trabajo es una pasión que lleva en las manos y en el corazón:
“Para mí, mi torno y mis piezas en torneado es lo máximo, yo lo hago con tanto cariño, con tanto amor. Mis padres eran alfareros, ellos hacían la cazuela que se quema a pura leña… Yo empecé junto con mis hermanos… Me separé de ellos y puse mi taller acá con horno, secadores, batidora. Eso me costó bastante.”
El largo camino del barro
Todo comienza con la extracción de la tierra en bancos locales. Después, el material se deja orear y, una vez seco, se tritura y reposa varios días para obtener la consistencia adecuada.
Una vez preparado el lodo, el proceso artesanal se divide en dos técnicas principales: el torneado y el moldeado.
En la primera, con una polea que gira gracias a la fuerza del pie, los artesanos moldean piezas únicas con sus manos:
“Con este me ayudo, y es de cobre. No se adhiere al barro, no se pega, y es el metal más viable para el torno… Después se corta. Nosotros le llamamos entorchado: es un palito con un hilo y lo corta“, explica Eduardo Reyes mientras manipula con destreza la mezcla.
Mujeres que alisan, perfeccionan y embellecen
En el taller también participa activamente María de los Ángeles Reyes, quien se encarga del moldeado y refinado de platos. Ella explica que para evitar deformaciones durante el secado, se realiza un proceso minucioso:
“Nosotros le pegamos un poquito aquí, para que a la hora del secado el fondo no se vaya para arriba, no se levante. Se le echa un poquito de agua y se le talla con una piedrita. Hacemos unos 150. Al otro día está mi cuñada o nosotros que ayudamos ahorita a lo que es la alisada.”
Del horno al mundo
Después de secarse por un día, las piezas se someten a un primer horneado. Luego viene el momento más colorido del proceso: la decoración y el esmaltado. Finalmente, cada pieza entra al horno a más de 900 grados, donde adquiere su resistencia y brillo característicos.
El paso final es la distribución. Algunas creaciones se venden en el corredor artesanal de Ocotitlán, otras se trasladan a distintos estados del país, e incluso han cruzado fronteras hasta llegar a Nueva Jersey.
Para la familia Reyes, cada pieza enviada es motivo de alegría y orgullo:
“Sientes como una felicidad, porque varias personas no conocen todo el detrás de todo esto. Es bonito que otras personas vean lo que se hace en mi comunidad, y más en la familia”, comparte María Francisca Reyes, decoradora del taller.